Reinventarse no es tarea
fácil, es un proceso lento y una gran parte inconsciente. Cuando has
identificado el momento debes encontrar el camino que deseas seguir, hallar la
forma de lograrlo, luchar por conseguirlo y no desfallecer ante las dificultades,
el principal obstáculo reside dentro de uno mismo, llegar a la conclusión de
que nunca es tarde.
Las circunstancias van marcando las señales, lo complicado es
interpretarlas.
Cuando perdí mi primer trabajo fijo —tras
unos doce años dando bandazos en más de 14 puestos diferentes—
me encontré desubicado, rabioso, descreído del
sistema.
Durante los dos años siguientes me desahogaba escribiendo mi
primera novela La maldita casilla de
salida (un año en escribirla y otro en publicarla). Buscaba
infructuosamente trabajo con un currículum que aborrecía, que sentía inútil
esperando respuestas que no llegaban. Frustrado me refugiaba en la imaginación
conseguida con la escritura.
Acudía a orientadores laborales y realizaba cursos intentando
conseguir respuestas. Reformaba mi perfil, inventaba blogs y proyectos que no
culminaban.
El tercer año fue como viajar en una nube, un año repleto de
actividades promocionando el libro que había escrito: presentaciones,
exposiciones colectivas, club de lectura, ferias del libro, radios, firmas,
creaciones publicitarias, todo lo que un principiante en el intrincado mundo
literario se inventa para darse a conocer.
Gracias a todas estas actividades estaba cambiando mi
persona. Había descubierto que podía comunicar, que estaba venciendo mi
timidez, era un paso importante en mi tardío desarrollo personal. Sin embargo
no captaba las señales que se atisbaban entre la bruma hasta que descendí de mi
placentero limbo.
Mis anteriores trabajos y el actual mercado laboral me indicaban
que iba a resultar prácticamente imposible encontrar un empleo digno.
Analizando mi situación me di cuenta de que en realidad mi trayectoria vital
estaba cambiando.
Recuerdo a un perspicaz orientador laboral que me lanzó una
pregunta y una reflexión: « ¿realmente quieres que te apunté como peón de
fábrica o conductor de carretillas elevadoras? Creo con sinceridad que no es lo
que estas buscando». Era cierto, pero no quería verlo o no sabía cómo afrontar
mi nuevo camino.
Sin pretenderlo había realizado tres cursos que podrían
relacionarse con un mismo campo: dos meses de ayuda a domicilio y 90 horas
repartidas entre quiromasaje y escuela de espalda
Pensé que sería bonito trabajar ayudando a los demás, incluso
mis dos aficiones favoritas: el montaje de vídeo y la escritura o lectura
podrían ser utilizadas para prestar un servicio, tenía varios proyectos en
mente relacionados.
Sin embargo necesitaba al menos un título para que todos los
demás complementos pudieran encajar en el engranaje. Descartada la universidad
por factores económicos y de tiempo, revisé las opciones de formación
profesional.Integración Social se adaptaba como un guante.
Podría resultar una paradoja, acabar ayudando a los demás, para
ayudarme a mí mismo. La cuadratura de un circulo, el mío propio.
Una vez alcanzada la deducción procedí a buscar la forma de acceso. No iba a resultar
tarea fácil retomar los estudios y más cuando se trataba de aprobar seis
asignaturas, dos de ellas complicadas: las matemáticas y el inglés, sin embargo
comprobé que la madurez era un punto a mi favor.
Y aquí estoy, en este punto, dispuesto a dar la batalla
durante dos años. Resulta bonito el título, Técnico de Integración Social. Lo
que no hice en la juventud, me toca ahora.